SOBRE MI.
Hay enemigos sin escrúpulos y quien ignora esa verdad y se enfrenta a ellos con la lealtad de su valentía y la justeza de su causa, suele pagar muy cara esa inobservancia.
Hugo Chávez acaba de morir para confirmar esa tautología.
Lo repito: hay enemigos que solo se pueden cazar mientras duermen. Quien los despierta, quien los alerta, podría quedar como un cazador cazado. Eso acaba de pasarle al presidente Chávez.
Quien desafía a enemigos como el gobierno de Estados Unidos e Israel, tiene que saber con toda seguridad de cuáles manantiales va a tomar agua, de cuáles conductos de aire va a respirar, en cuáles butacas se va a sentar incluso en las asambleas de Naciones Unidas y sobre todo, a quiénes abraza durante una campaña electoral.
La hombradía de Chávez, su desprendimiento, su disposición al sacrificio por su pueblo lo condujo a la tumba mucho antes de lo que debió ser, pero más tarde de lo que pudo pasar si se toma en cuenta que se jugó la vida en 1992 con su respuesta histórica al Caracazo de 1989.
Chávez, ese vigoroso soldado de 58 años que convocaba multitudes en su Venezuela querida y extendía su liderazgo por toda América y el Caribe, fue vencido con un arma diferente a la que tumbó el avión del presidente ecuatoriano Jaime Roldós el 24 de mayo de 1981, la caída del helicóptero del líder panameño Omar Torrijos el 31 de julio de 1981 (Tomás Borge, ministro de lo Interior de la Nicaragua sandinista que acababa de derrotar al dictador Somoza, salvó la vida ahí porque declinó ir en la nave), el misil que detuvo el convoy de Muammar al-Qaḏḏāfī el 20 de octubre de 2011 en Sirtre, Libia; la bala entreguista que mató a Patricio Lumumba el 17 de enero de 1961 en Katanga o a Amílcar Cabral el 20 de enero de 1973 en Cabo Verde, pero con el mismo principio: todos atacados a muerte por la intolerancia imperial.
La de Chávez es una muerte más próxima a la de Yasser Arafat, el líder palestino envenenado con polonio 210, tal como fue detectado en una sola gota de orina de su calzoncillo.
El mismo principio: ante la imposibilidad de atacar impunemente su avión con un misil, se ataca su cuerpo con una aleación radiactiva en la tranquilidad de su sueño. No importa dónde, no importa cómo.
Desde niño Chávez tenía en su frontal derecho un nevo melanocítico benigno que demostraba su extraordinaria defensa frente a células cancerígenas… pero lo mató un cáncer indoblegable, recurrente, en un plazo de dos meses.
¿Recuerdan cuando Chávez desafió al imperio en Naciones Unidas, donde dijo que el podio hedía a azufre porque el diablo (George Bush) había estado ahí el día anterior?
¿Recuerdan cuando al-Qaḏḏāfī fue a Naciones Unidas y pidió llevar a Europa o África la sede de ese organismo mundial por ser zonas más neutrales a los intereses mundiales y modificar el patrón dólar de cambio?
Sin un blindaje militar popular y una disciplina estricta, eso no se puede hacer sin correr el riesgo de morir como lo hicieron en relativamente breve tiempo tanto al-Qaḏḏāfī como Chávez, aunque por métodos muy diferentes.
Saquen la lección los que tengan responsabilidades similares y sin dejar de luchar, jamás caigan en suicidios semejantes, porque sus pueblos los necesitan siempre más vivos que muertos. Con Bolívar muerto y Chávez vivo Venezuela era más feliz en 2012.
No creo que los imperios sobrevivan a la conciencia movilizada de los pueblos, pero los dirigentes no pueden hacer con el verbo lo que no pueden impedir en sus cuerpos y sus fuerzas organizadas en incipientes poderes populares.
Chávez, a los 58 años, va al encuentro con Bolívar (muerto a los 47) en un equilibrio atmosférico que aun su pueblo no acepta como necesario. Yo, tampoco.
Hay que luchar con fuerza por la causa de América, pero la acción siempre debe estar por encima de la sonoridad de la palabra, porque el enemigo no es, ni por asomo, leal ni siquiera en la confrontación. Es pérfido, está unido en la alevosía de su factual superioridad, que para nada es histórica. Es, en efecto, un hecho antihistórico, pero nada despreciable.
Golpear y evaluar, volver a golpear, pero nunca alertar, que ese enemigo es una fiera aun no estudiada por completo.
Otros Chávez nacerán en los llanos de Barinas… o en cualquier periferia caribeña porque hombres como él, no mueren ni se entierran, siempre nacen y se siembran para ver la vida multiplicada en la cosecha.
Saludos, Hugo Chávez, patriota de América, pueblo e historia en una sola leyenda.
Hay más hombres que seguirán la lucha, casi como una epidemia, para emancipar a la América toda, y no morirán como murió Hugo Chávez, porque aprenden la lección.
Chávez ahora es una idea, un ejemplo y un clamor que recorre la América entera convocando pueblos a la lucha redentora. Sin una sola lágrima.
¿Quién va a llorar por lo que no muere?
Hay enemigos sin escrúpulos y quien ignora esa verdad y se enfrenta a ellos con la lealtad de su valentía y la justeza de su causa, suele pagar muy cara esa inobservancia.
Hugo Chávez acaba de morir para confirmar esa tautología.
Lo repito: hay enemigos que solo se pueden cazar mientras duermen. Quien los despierta, quien los alerta, podría quedar como un cazador cazado. Eso acaba de pasarle al presidente Chávez.
Quien desafía a enemigos como el gobierno de Estados Unidos e Israel, tiene que saber con toda seguridad de cuáles manantiales va a tomar agua, de cuáles conductos de aire va a respirar, en cuáles butacas se va a sentar incluso en las asambleas de Naciones Unidas y sobre todo, a quiénes abraza durante una campaña electoral.
La hombradía de Chávez, su desprendimiento, su disposición al sacrificio por su pueblo lo condujo a la tumba mucho antes de lo que debió ser, pero más tarde de lo que pudo pasar si se toma en cuenta que se jugó la vida en 1992 con su respuesta histórica al Caracazo de 1989.
Chávez, ese vigoroso soldado de 58 años que convocaba multitudes en su Venezuela querida y extendía su liderazgo por toda América y el Caribe, fue vencido con un arma diferente a la que tumbó el avión del presidente ecuatoriano Jaime Roldós el 24 de mayo de 1981, la caída del helicóptero del líder panameño Omar Torrijos el 31 de julio de 1981 (Tomás Borge, ministro de lo Interior de la Nicaragua sandinista que acababa de derrotar al dictador Somoza, salvó la vida ahí porque declinó ir en la nave), el misil que detuvo el convoy de Muammar al-Qaḏḏāfī el 20 de octubre de 2011 en Sirtre, Libia; la bala entreguista que mató a Patricio Lumumba el 17 de enero de 1961 en Katanga o a Amílcar Cabral el 20 de enero de 1973 en Cabo Verde, pero con el mismo principio: todos atacados a muerte por la intolerancia imperial.
La de Chávez es una muerte más próxima a la de Yasser Arafat, el líder palestino envenenado con polonio 210, tal como fue detectado en una sola gota de orina de su calzoncillo.
El mismo principio: ante la imposibilidad de atacar impunemente su avión con un misil, se ataca su cuerpo con una aleación radiactiva en la tranquilidad de su sueño. No importa dónde, no importa cómo.
Desde niño Chávez tenía en su frontal derecho un nevo melanocítico benigno que demostraba su extraordinaria defensa frente a células cancerígenas… pero lo mató un cáncer indoblegable, recurrente, en un plazo de dos meses.
¿Recuerdan cuando Chávez desafió al imperio en Naciones Unidas, donde dijo que el podio hedía a azufre porque el diablo (George Bush) había estado ahí el día anterior?
¿Recuerdan cuando al-Qaḏḏāfī fue a Naciones Unidas y pidió llevar a Europa o África la sede de ese organismo mundial por ser zonas más neutrales a los intereses mundiales y modificar el patrón dólar de cambio?
Sin un blindaje militar popular y una disciplina estricta, eso no se puede hacer sin correr el riesgo de morir como lo hicieron en relativamente breve tiempo tanto al-Qaḏḏāfī como Chávez, aunque por métodos muy diferentes.
Saquen la lección los que tengan responsabilidades similares y sin dejar de luchar, jamás caigan en suicidios semejantes, porque sus pueblos los necesitan siempre más vivos que muertos. Con Bolívar muerto y Chávez vivo Venezuela era más feliz en 2012.
No creo que los imperios sobrevivan a la conciencia movilizada de los pueblos, pero los dirigentes no pueden hacer con el verbo lo que no pueden impedir en sus cuerpos y sus fuerzas organizadas en incipientes poderes populares.
Chávez, a los 58 años, va al encuentro con Bolívar (muerto a los 47) en un equilibrio atmosférico que aun su pueblo no acepta como necesario. Yo, tampoco.
Hay que luchar con fuerza por la causa de América, pero la acción siempre debe estar por encima de la sonoridad de la palabra, porque el enemigo no es, ni por asomo, leal ni siquiera en la confrontación. Es pérfido, está unido en la alevosía de su factual superioridad, que para nada es histórica. Es, en efecto, un hecho antihistórico, pero nada despreciable.
Golpear y evaluar, volver a golpear, pero nunca alertar, que ese enemigo es una fiera aun no estudiada por completo.
Otros Chávez nacerán en los llanos de Barinas… o en cualquier periferia caribeña porque hombres como él, no mueren ni se entierran, siempre nacen y se siembran para ver la vida multiplicada en la cosecha.
Saludos, Hugo Chávez, patriota de América, pueblo e historia en una sola leyenda.
Hay más hombres que seguirán la lucha, casi como una epidemia, para emancipar a la América toda, y no morirán como murió Hugo Chávez, porque aprenden la lección.
Chávez ahora es una idea, un ejemplo y un clamor que recorre la América entera convocando pueblos a la lucha redentora. Sin una sola lágrima.
¿Quién va a llorar por lo que no muere?
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