domingo, 7 de noviembre de 2021

Instroducción del libro, El rey del Mouse, Los Guloyas y los cocolos en la industria azucarera de San Pedro de Macoris.



Por :Enrique Cabrera Vásquez, autor del libro 


SAN PEDRO DE MACORIS.- Sostenemos el  criterio  de que al escribir cualquier ensayo biográfico  es importante  ilustrar al lector con hechos y antecedentes históricos que por su propias naturalezas han servido de zapatas en la progenie de la vida del  personaje evaluado; tal es el caso de Teofilus Chiverton (Primo), uno de los centenares de  inmigrantes barloventinos  que llegaron al territorio dominicano contratados para trabajar en las grandes plantaciones cañeras y en su industrialización  manufacturera en   las décadas de 1870 al  1880, y  desde 1900,  fecha memorable  que indica el momento  en que fueron traídos a San Pedro de Macorís más de mil quinientos  ingleses o cocolos  procedentes de las Antillas Inglesas para la zafra  de ese año;  proceso de reclutamiento que se mantuvo hasta 1921, épocas de la presencia competitiva del azúcar en los mercados internacionales, y  que en 1914,   alcanzó  el   friolero costo  de $5.50 el quintal  a $12.50 en 1918 y a $22.50 en 1920, desplazando al  cacao, el tabaco y el  café de la preferencia exportadora de los productos agrícolas nacionales. Ese auge económico que favoreció particularmente a San Pedro de Macorís, muy en especial el periodo comprendido entre los años de 1910 al 1921,   produjo el memorable boom económico bautizado históricamente como la “Danza de los Millones”.



El aporte cultural de los cocolos, una etnia especial por su singularidad, ha sido valorado no solo por su entrega afanosa a las labores acordadas, sino por la visualización de sus costumbres novedosas de cuyas desarrolladas cultivación surgió una admiración sin precedentes hacia esos extranjeros desconocidos de parte de la población de San Pedro de Macoris. Fue gracias a la exhibición franca de sus talantes que la animadversión inicial que los afectó y que en ocasiones vertía saña racial, se transformó en un reconocimiento de admiración engrandecida que se ha ido elevando con el paso de los años. 



Del ofensivo mote peyorativo de cocolo sobresalió una identificación  de vasto aprecio significativo, y la palabra cocolo tomó una trayectoria representativa  y reveladora de hombres laboriosos y sinceros en sus relaciones afectivas; irreprochables  y veraces; al servicio  del progreso y el afianzamiento de los peldaños obtenidos sobre precariedades y obstáculos interpuestos por situaciones exógenas y absurdos antagonismo  bizantinos.


Teofilus Chiverton, mejor conocido como Primo, llegó por el mar Caribe a San Pedro de Macorís en 1923, lo hizo en silencio y con pasos discretos entre el montón de sus iguales contratados; anduvo entre todos con sigilo preventivo, olfateando el ambiente y trazando las coordenadas de su asentamiento social y familiar. Todo en él era pundonor, nobleza y afabilidad; decencia y rectitud en su trayecto de vida concebida. 


Y así fraguó virtuosas huellas de nobleza y su notable presencia de líder de la danza andante del Momise, junto con su conducta de bien mostrada en la sinceridad de sus actos, caminó por las calles sin temor a represalia, indicando en su parca sonrisa de nerviosa timidez su integridad personal. Afianzado en su disciplina dimensionó su figura con aire señorial, disipando toda duda sobre su peculiaridad ejemplar.  



Así se ganó el espacio de ser primero entre todos los cocolos ajustados al canon de su desempeño especial. Y fue denominado rey, jefe y líder de la comparsa bailable del Momise. Y desde la cúpula de su mandato prosiguió con su sobriedad aquilatada conduciendo con confianza bonancible los actores de esta danza de los cocolos, convocándolos y reuniéndolos en las oportunidades señaladas para recorrer con  entrega alegría las calles polvorientas de los barrios de San Pedro de Macorís, con sus tensos tambores, sonándolos con diversión enardecida y graciosa. 


No podemos hablar de su persona, de su vida artística, de su condición de negro descendiente del continente robado y saqueado sin recorrer las intrincadas trayectorias de penurias que afectó a sus ancestrales hermanos de raza, los africanos arrancados de sus lares por los blancos europeos cegados por su codicia de riqueza coercitiva. Hay que mencionarlos a todos, recordar su desgracia y la manera arbitraria en que fueron traídos a esclavizarse a estas tierras tan lejanas de los suyos y donde nunca más supieron de las familias dejadas a millares de leguas de distancias. Aquello fue un genocidio protegido e encubierto por la religión que acompaño aquella empresa saqueadora con el pretexto sectario de inyectarles su creencia “salvadora”.                                          


El rey del Momise pertenecía a la  raza negra o morena y esta realidad biológica inalterable entraña una relación análoga con todos los seres que llegaron como esclavos a las dominaciones coloniales  en  ultramar de ingleses y europeos desde el llamado “Descubrimiento de América” por el almirante Cristóbal  Colón,  en el año de 1492,  dando inicio  a una  historia de desmanes y  depredación  sin parangón y que marcó la vida de esas posesiones imperiales donde la esclavitud fue trípode y  empuje para el desarrollo de las explotaciones mineras  y de la  industria azucarera.  


Sobre esa procedencia fatídica vino a la vida este negro de modales sosegados y cuya práctica social lo lanzó con signo de admiración resplandeciente. Teofilus Chiverton (Primo) hizo de  la  proporción  escenográfica del Momise, una de las  decenas de invenciones culturales de  los cocolos, una  atracción festiva  que en la medida que  exhibía su  colorida parafernalia se arraigaba como una revelación cultural  histórica. 


En este ensayo biográfico transitaremos históricamente por algunos de los intricados caminos de la vida de Teofilus Chiverton (Primo) y los cocolos, todos hijos de esclavos africanos o de su cruce con otras razas con las que se relacionaron en su trajín existencial. Es un aporte más sobre el cataclismo que afrontó esa raza avasallada por la sed de riqueza de gobernantes y líderes malditos y aborrecibles. 


El Momise que personalizó Primo Chiverton ha desaparecido de la tradición folclórica de San Pedro de Macorís, su presencia se mantuvo hasta toda la década de los años 70 del siglo XX; las defunciones de sus componentes sin sustitutos inmediato en sus filas lo fue achicando numéricamente, asimismo,   la competencia con Los Guloyas y Los Indios, que también eran grupos danzantes integrados por cocolos, contribuyó con su extinción estructural. Esta reducción también afectó a los demás conjuntos competitivos al grado que tuvieron que adherirse en un solo acervo donde han combinados sus bailes con los tres tipos de expresiones culturales que los caracterizaron y que nosotros atrevidamente designamos en este libro como In-Gul-Mois, la unidad danzante de El Momise, Los Guloyas y Los Indios. 


Los Guloyas de Donald Hullester Warner Henderson (Linda),  con sus personajes bromistas Fado  y Yayí, el baile de máscaras de Los Indios de Nathaniel Phillips (Chaplin), y el juego y drama  del  Momise de Teofilus Chiverton (Primo), cuyo libreto es  una apropiación  de la obra mística  del británico John Bungaran, El progreso del peregrino (en inglés, The Pilgrim's Progress), han corridos en trotes  bullangueros por diversos sectores populares llevando  por doquiera  su entretención divertida en las ocasiones puntuales de los días feriados. 


La combinación de estas tres expresiones culturales hace una especie de In-Gul-Mois (Indios-Guloyas- Momise, que en esencia plasma una alegoría del residuo legado por aquellos danzantes originales de los cocolos de San Pedro de Macorís.


La declaración de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), en noviembre del 2015, en la que proclamó Los Guloyas como patrimonio cultural intangible de la Humanidad, ha puesto sobre el tapete el nombre de los cocolos, pues al reconocer su coreografía revive este vocablo representativo de los inmigrantes barloventinos que vinieron al país contratados para laborar en la industria azucarera a finales del siglo X1X y principios del XX.


Al entrelazar de manera  historiográfica la figura de  Teofilus Chiverton  con los cocolos y la industria azucarera del país, y en particular de San Pedro de Macorís, intentamos  superar  el enfoque  romántico e idealizado de muchos trabajos monográficos,  artículos periodísticos, ensayos y libros publicados  sobre el tema, adentrándonos  por una vinculación histórica cuya lectura irá refrescando la memoria del lector  al tiempo de mostrar aristas ocultadas por la tergiversación, la desinformación y la manipulación de la realidad, para que no se conozca  sobre qué pilares nauseabundos  descolló la manufacturación de la caña y sus derivados. 


El comercio esclavo, trata humana, reemplazó la fuerza laboral aborigen que se fue reduciendo con celeridad preocupante por los abusos y crueldades de los europeos ocupantes y colonizadores. Los Negros de África vinieron a reemplazarlo y a recibir las mismas dosis de malos tratos de los amos que se sirvieron de su brega para enriquecerse. De estas inmigraciones seculares surgió en San Pedro de Macorís un nuevo segmento poblacional, un sub grupo comunitario, que hizo de sus ancestrales costumbres animadas una amplia repercusión sonora y bailable,  encarnado   en El   Momise, Los Guloyas y Los Indios. Estas exteriorizaciones danzantes agradaron al público y proyectaron a sus componentes con trazos especiales, quienes armonizaron en su simbología las particulares tonalidades de su acervo cultural. 

                                    

Teofilus Chiverton (Primo) aventajó a los demás por su carisma y disciplina consagrada, condiciones que lo situaron en el pináculo de los suyos, erigiéndose como individuo estelar y cuya presencia cohesionaba a los danzantes Momises con una pulcritud hechizante. 


Al leer este ensayo  y  las compilaciones auxiliares que refuerzan su contenido  el lector se encontrarás con narraciones sorprendentes, espeluznantes  y conmovedoras, pues más que la historia de un personaje emblemático, como lo fue el inolvidable Teofilus Chiverton (Primo),   es también la crónica de algunos episodios abyectos  del dominio esclavista y de cómo el azúcar se degradó  en un corolario de   amarguras, dolores, torturas, tristezas  y asesinatos a mansalva, para garantizar el progreso y la riqueza de los potentados de las empresas glucosas. 

 

Gracias por  lerme, de ustedes, Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo).  


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